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Una mujer de gran devoción entró en una librería religiosa y vio una pegatina que ponía:
- Haz sonar el claxon si amas a Jesús -
Se encontraba algo deprimida pues había tenido el típico problema en su casa, a pesar de lo cual compró la pegatina y la pegó en el cristal trasero. Se emocionó cuando lo hizo.
Arrancó y se detuvo en un semáforo en rojo, en plena plaza de Cibeles. Se puso a pensar en el Señor y en su bondad y no se percató de que el semáforo había cambiado a verde. Entonces, pudo percatarse de la gran cantidad de personas que amaban a Dios. Gran cantidad de conductores detrás de ella hacían sonar las bocinas. Incluso algunos exclamaban: "Por el amor de Dios".
Sacó la cabeza por la ventanilla y saludó con la mano, mientras sonreía a toda esa hermosa gente que expresaba tan fervorosamente lo que sentían por Jesús. Algunos le devolvían el saludo, de forma extraña pues ponían el dedo medio estirado y los demás doblados.
Le preguntó al hijo, que iba en la parte de atrás, que significaba aquella forma de mostrar los dedos. Dijo que se trataba de un saludo Tailandés que deseaba buena suerte. Le creyó pues no conocía a nadie de Tailandia.
Asomándose de nuevo por la ventanilla devolvió el saludo de la buena suerte. El hijo se moría de la risa. Él también disfrutaba de aquella bella manifestación religiosa.
Algunos conductores mostraban tanto gozo que, incluso se bajaban de los coches y se dirigían hacía ella. Probablemente con la intención de rezar con ella o, preguntarla que iglesia frecuentaba. En ese momento se dio cuenta de que el semáforo estaba en verde, así que, les dijo con gran tristeza adiós a todos, agradeciendo al Señor el hermoso momento de amor que había compartido.
Inmediatamente, después de su paso, el semáforo se puso de nuevo en rojo por lo que solo pasó ella, así que, con gran pesar por abandonar a tal devota gente, se asomó de nuevo a la ventanilla y, con ambas manos, les envió el saludo tailandés de la buena suerte que acababa de aprender.
Mientras conducía, iba pensando en la alegría que debía sentir el Señor al tener tan estupendos seguidores.
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