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NOTA.- Pulsa sobre las imágenes para verlas a mayor tamaño y con su pie de foto correspondiente.
En la plaza de Oriente es típico visitar 'El Palacio Real' y 'El Teatro Real', pero, para los más pequeños, desde poco después de la Guerra y hasta el comienzo de los años setenta, había otra atracción. Era 'El Cochecito Leré' que iba tirado por el burro 'Perico'. Después de montar en él se solía ir a visitar al 'barquillero'.
'El Cochecito Leré', al cual también se le conocía como 'el carrito de las campanillas', daba la vuelta a la plaza de Oriente haciendo las delicias de los 'peques'. Los chavales podíamos elegir entre ir montados en el burro (por un poco más de dinero y con las piernas sujetas, no nos fuéramos a caer), sentados en el pescante o montados en el interior.
Y es que 'El cochecito Leré' hizo durante varias generaciones las delicias de los más pequeños, una atracción infantil de lo más sencilla. Nada tenía que ver con los juguetes que actualmente los más pequeños utilizan para entretenerse. Cuatro ruedas y un borriquito, no hacía falta mucho más, durante años el motivo más ilusionante que tenían los más jóvenes para ir a la Plaza de Oriente.
En un Madrid que aún pugnaba por recuperarse de una guerra que le dejó no pocas cicatrices, casi con toda seguridad los tintineos de las campanillas del cochecito y las risas de los niños que viajaban en él ayudaron a que estas heridas se cerrasen un poquito antes.
Los jueves por la tarde acudían las 'chachas' con sus novios y no dudaban en montar a los niños en el carricoche para tener así unos minutos de intimidad con el 'noviete'. De modo que cuando el carrito terminaba su viaje, a las buenas mozas se les notaba el color rojo de sus mejillas.
Recuerdo haber montado en él (tendría alrededor de 1 año), ya que mi madre me solía llevar bastantes veces a la plaza de Oriente, pues nos pillaba muy cerca de casa (ya de más mayor recuerdo que iba a esta plaza con los amigos del barrio a jugar a las carreras ciclistas con chapas).
Ahora, caminando por la Plaza de Oriente, encontramos artistas callejeros y algún que otro entretenimiento destinado para los adultos pero no para un público infantil. Nada parecido a este cochecito que, a paso lento y con un reposado traqueteo, divirtió a numerosas generaciones. Otro de los muchos recuerdos de Madrid que ahora observamos con nostalgia y que, complicadamente, regresarán a nuestras vidas.
Nota.- He sabido que, ya en el siglo XIX había una atracción similar en el Paseo del Prado, en este caso, de cochecitos tirados por dos cabras y de la que desafortunadamente no existen imágenes.
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